- ¿Me das una tarjeta para la seis uno siete?
- ¿Seis uno siete?
- Sí...
- Ah, para la seis diecisiete querés.
Le sonrío falsamente. Ahora tengo mi pase celeste a la habitación de mi abuela. Subo por el ascensor. Ostento mi tarjeta para que el ascensorista no me mire con suspicacia. No soy una intrusa, no. Está todo legal. Voy a la seis uno siete, digo, a la seis diecisiete.
- Sexto piso, por favor.
SITUACIÓN DOS: Patoteo y berrinche clórico
Un muchacho joven, con vestimenta blanca -fatalmente agredida por la mugre- viene a la habitación 617 a limpiar. Cataratas del iguazú caen del trapo que sin ser debidamente escurrido brutalmente raspa las paredes. Mi abuela y yo lo ignoramos. Intentamos ignorarlo nosotras y la señora del servicio de acompañantes. El tipo va y viene, entra y sale de la habitación buscando otros elementos que le permitan cumplir con su función: limpiar, desinfectar.
- Disculpá, si vas a echar cloro por favor abrí alguna de las ventanas.
- Ah, bueno, si le molesta no echo nada.
- No, no, yo no te digo nada, hacelo pero te pido que ventiles un poco porque la señora tiene problemas respiratorios.
- No, ta. Por mí no pongo nada, mejor para mí así no tengo que respirarlo yo, ¿no?
- Pero con que abras la ventana ya está...
Se fue bufando y no echó cloro. Sabelo, amistá.
El airoso tipejo necesita contención, por eso echa 38 mil litros de cloro, autocausándose estornudos, irritación y tantos otros efectos biológicos que le genera su masoquismo. ¡Nadie piensa en él! ¿Por qué no lo internan y le prestan un poco de atención al freaking asshole?