martes, 17 de abril de 2007

Ancestral ansiedad

Todo comienza con una infantil impaciencia, pero los delirios se incrementan cuando puedo identificar un preocupante síntoma: la contradicción razón-impulso. Es decir, el comienzo del diálogo interno entre mis yos: el estúpido y el inteligente. Adelanto: siempre gana el que empieza con E, pero tiene razón el que empieza con I. Los disparadores pueden ser múltiples...
- ¡Inteligente! ¡Puede que ya hayan respondido el mail que enviamos hace media hora! ¡Vamos a revisar correo!
- Smart guy, ¿habrá ya un nuevo comentario en el blog? ¡de seguro que sí!
Y así, un sinfín de obsesiones ridículas de lucha contra los hechos que batallan el estúpido optimista y el inteligente racionalista. Premonición/estadística: el Inteligente en el 99% de los casos tendrá razón.
- ¡Estúpido! ¿No te das cuenta de que los amigos de bedelía van a publicar el resultado del examen a última hora? ¿Por qué insistís en entrar a la página web a las 11 am?
Sin embargo, este asunto no es para nada divertido. La situación antipáticamente se repite durante todo el tiempo en cuestión y pocos contrataques hay para neutralizar al incesante Estúpido o al poco interesante Inteligente. El problema radica en que entre estas ilógicas disputas entre duendecillos internos estoy yo, la víctima de este proceso que me va volviendo loca: la ansiedad.
Llegó el momento de enfrentar el problema: soy Alice y por aquí en el mundo real no todo es tan Maravilloso. No es tan sencillo como parece. Dejar de comer un paquete de galletitas Lulú en cada desayuno es todo un desafío. De verdad he intentado subir las dosis de mateína, cafeína y teína sin resultado alguno más que cócteles explosivos que no hacen otra cosa que convertirme en una Speedy González de 1,78 metros de altura. El señor de la galera 10/6 no me había advertido sobre esto.
Definitivamente, la dieta del chicle es la que tiene menos riesgos. Sin embargo, detesto el sentimiento de vacío que deja el desenlace del antigusto artificioso a saliva y saborizante. Además, seamos sinceros: el asunto con el chicle es pura simulación.
Tampoco me funciona más aquello de morderme las uñas, que algún momento logré justificar como una forma de canalización. En verdad es un endemoniado instinto autodestructivo muy vicioso.
No se les ocurra recomendarme gimnasia para lograr ese "sentimiento de cansancio tan lleno de alivio". Ehh... para eso prefiero seguir enloqueciendo mis mandíbulas con el chicle. Aunque, pensándolo bien, saltar en una cama elástica parece ser un millón de veces más divertido.
No parece haber agotamiento. Cuando ya ni siquiera separar los M&M's por color, ni entrar a curiosear por los spaces de MSN parece ofrecer ayuda alguna, comienza la etapa del parloteo denso. No es recomendable acercarse. Peligro: mujer con cuerdas vocales enardecidas funcionando a velocidades cósmicas. La etapa de aceleración comunicativa es oral, así que no teman, ya que usualmente en esos casos tengo control de mi dactilografía.
Debo ser positiva. Al menos no tamborileo los dedos sobre una mesa, no me ahogo en una nube de humo cancerígeno, jamás recurro a los delatadores amansalocos, no tengo una diana con la foto de la Reina de Corazones... No estoy tan mal. Estoy segura de que todo esto es perfectamente normal.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Arriba con el chicle!! Alice, qué mejor que una adicta del tipo "sí,lo admito soy adicta" al chicle para entender lo que un chicle puede (intentar) saciar. Hace poco estuve en el exterior y descubrí que los chicles bola agravan la adicción, pero sin duda se encargan de barrer cualquier molécula ansiosa del organismo. Con uno no alcanza; el gusto se desvanece en segundos, entonces comienza el efecto "bola", ¿hasta cuántos chicles te podés masticar juntos? Después de horas de ejercicio maxilar, te aseguro que no querés mascar nada más!

PéTaLoS dE tIzA dijo...

Ansiedad!! Oh sí!! Maldito estado que me lleva a comerme todo lo que hay en la cocina... leáse carbohidratos en demasía!!!!
Y cuando no hay nada no queda más que recurrir al método Sui Generis y empezar a rasguñar las piedras. El chicle... gran aliado gran pero que dolor de mandíbulas queda después!!
En fin todo sea por calmar la ansiedad!!

Anónimo dijo...

Comprendo perfectamente lo que quieres decir, querida Alice. Yo soy de las viciosas al humoso cáncer y la autodestrucción
uñesca. Sin embargo, para esos momentos GRAVES en que no quedan cigarros ni partes del cuerpo para comer, recurro a la música.
No música tranquila a un nivel moderado con la cual uno pueda resprirar tranquilo, sino música que te obligue a saltar o
bailar o moverte y distraer, durante algunos momentos, por lo menos al cuerpo.
Si los volumenes son tales como para molestar a los vecinos y conllevar una pérdida de 20 minutos disculpándose con
la señora de arriba, ¡tanto mejor!

tan versátil como acústica dijo...

si tuvieras una foto de diana habría cerrado el blog rápidamente.