No, no tengo millones en el banco. Tampoco fui a los mejores colegios de Carrasco. Nunca jugué al hockey, ni me compro ropa en Magma todos los martes de mañana. A pesar de todo eso (que más que un pesar me significa un gran alivio), esta semana de turismo visité Cozumel, Jamaica, Grand Cayman Islands y Haiti.
Antes de que me pregunten por los próximos números del cinco de oro o por cómo conseguí tener el as de oros, permítanme decirles que ahora, ya de vuelta, poco sé de estos cuatro lugares que visité. No me envidien, de verdad; sólo conocí el sol, las playas y un crucero que apestaba a siliconas y trajes para la noche.
Claro que la pasé bien. La pasé tan bien como todo ser humano que disfruta de distanciarse de la rutina, pero que extraña horrores sus pequeños hábitos uruguayos, sus pequeños hábitos de alpargatas.
Muchos pensarán que soy una desagradecida: pues tienen todo su derecho a hacerlo. Yo sólo digo que irse en un viaje familiar puede ser una gran oportunidad, pero las negociaciones no entran en juego. El que invita da un repertorio de oportunidades, pero eso lamentablemente no es democracia para el resto del grupo viajero.
Por mi parte, hubiese preferido hablar con jamaiquinos y que me mostraran cómo cambió su país desde que en 1962 se independizó de Gran Bretaña, o que los "grancaimaneses" (¿? ¡ni el gentilicio volví sabiendo!) me contaran qué se siente aún ser colonia en el siglo XXI. ¿Y qué hay de los mejicanos? ¡Cuántas historias fronterizas podría haber conocido!... cuántas familias con permiso para separarse, pero no para legalizarse dejé de conocer. Fíjense que pisé Haití... ¡un país en guerra interna! ¿Y creen que ví alguna casa derruida? Paradójicamente, fue el país en el que sentí más paz.
¿Y qué me quedó del crucero? Nada, sólo cinco estrellas. Todas las comodidades y lujos del aislamiento: Llamadas al exterior a U$S50 por cada 3 minutos (de las que no hice uso, bien claro está), paseos a nadar con los delfines a U$S150 por persona (what the hell...!?!) y papas Pringles a U$S4 el tubo (está bien, sí: compré uno de cebolla, las más ricas). En definitiva: ¡para eso mejor quedarse en casa! Sí, claro, me bañé en las mejores playas del planeta, ¿pero a qué precio? Al precio del desconocimiento. Ése es el precio del turismo de clase fifí, donde la única preocupación es saber cómo se pone el chaleco salvavidas en caso del naufragio que jamás sucederá. Sí, en Grecia sí (algo de noticias del mundo me llegaron). ¿Será que los antiguos dioses están pidiendo un poco de atención?
lunes, 16 de abril de 2007
¡Pfff! Insulso turismo...
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3 comentarios:
Alice in Wonderland...!!!! Congratulations...!!! la verdad que me pareció brillante...!!!, es decir, todos tus relatos son geniales y atrapantes...!!;un "DON" de gente admirable el poder transmitir las contradicciones del mundo actual, reconocerse a uno mismo en muchas situaciones y además,por sobre todas las cosas,no perder el sentido del humor y la humildad!Valores que hoy en dia escasean y tu concentrás! Sigue así! Te dejo un afectuoso abrazo!
Grande JV! me gusta mucho tu lado periodístico y el de querer indagar más sobre el país en el que te encontras...Pero relajate, tirate al agua, toma sol y comprate uno de esos tragos que vienen adentro de los cocos...aparte el crucero no puede haber estado tan mal...digo por eso de la silicona y los trajes de noche
Es verdad, estos viajes organizados son una gran farsa en la que no sabes realmente en qué país estás. Justo caíste en un crucero cinco estrellas en dónde tu trayecto está determinado por el mejor color de agua multiplicado por los rayos de sol que más lindo bronceado da, dividido por la arena que mejor resalta ese divino bikini azul comprado a 2000 dólares en Nueva York. Enfin, se sintió muy bien tu rabia a pesar del paraíso en que te encontrabas, siempre con la exquisita redacción y el ácido humor habitual.
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